El Museo del Prado alberga 8.000 pinturas, pero solo una obra maestra procede de un expolio. Bajo este criterio, el 0,0125% de sus fondos. La pintura confiscada en 1568 —hace más de 450 años— por el duque de Alba es un viejo conocido: El jardín de las delicias (1490-1500). El maestro está muy vivo. La pinacoteca decidió que el 5 de abril se convierta en el Día de Jheronimus van Aken, El Bosco (1450-1516), porque coincide con la primera fecha en que se tiene constancia de su existencia.Además, como la gramática es recuerdo, ha propuesto a la RAE la inclusión del término bosquiano en el diccionario. La acepción resulta sencilla: “Dícese de todo aquello relacionado con el pintor”, al igual que existe picassiano o velazqueño. El Kunsthistorisches Museum de Viena, el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa y el Museum Boijmans Van Beuningen de Róterdam se han unido a la propuesta semántica. Ajenos al destino de las palabras, lo que sí sabemos, a través de un trabajo de la Universidad Miguel Hernández de Murcia (UMH), es que se trata de la pintura —sobre unos cuatro minutos— a la que más tiempo dedica el visitante.Más informaciónCaminamos por las salas del Prado, quizá, demasiado deprisa y su verdadera historia ha ido perdiéndose. ¿Cómo fue saqueado el tríptico? ¿Por qué? En aquellos años, reinaba Felipe II (1527-1598), un admirador del maestro, pero no encargó su robo. Todo lo pergeñó el duque de Alba y su enemistad con Guillermo de Orange. Fue una venganza.Pocas dudas existen del robo o las torturas terribles a las que, durante meses, fue sometido su custodio en varias cárceles belgas hasta que reveló el paradero de esa maravillosa pintura. Protegería, dijo a sus guardianes, el secreto, aunque pagase con su vida.Sin embargo, todo comienza antes, en la década de 1490. Engelbrecht II de Nassau encargó la obra, que debió destinar a su palacio de Bruselas. Tras fallecer en 1504, siguió perteneciendo a sus descendientes hasta 1568: Hendrik III de Nassau (1504-38), Rene de Châlon (1538-44) y Guillermo I de Orange (1544-68). Al declararse en rebeldía contra el rey Felipe II, todos sus bienes fueron expropiados. El duque de Alba expolió el tríptico el 28 de mayo de 1568. Pero no pensaba en la lealtad debida a su soberano. Quería quedarse con la obra maestra de El Bosco.Fuente, detalle del panel central de ‘El jardín de las delicias’, obra de El Bosco.Guillermo de Orange, conocido como Guillermo el silencioso, y el Duque de Hierro eran enemigos de espadas. Robar el tríptico era un episodio más de esta rivalidad infinita. Primero, el Duque presionó al cardenal Granvelle, dueño de algunos tapices bosquianos, hasta lo indecible —explica el historiador del arte Paul Vandenbroeck en Hieronymus Bosch, sin traducción al español— por tener un tapiz (entonces estaban más valorados que los lienzos o cualquier obra) del Jardín. Viron, confidente de Granvelle, hizo todo lo posible para que el duque se “olvidase” —de esta manera— del tríptico. Dio igual. Primero consiguió (diciembre de 1567) el tapiz. Hoy forma parte de la colección del Patrimonio Nacional. Aunque en su día colgó en su residencia personal.Pero era el siglo XVI y estábamos en el comienzo de un enfrentamiento a campo abierto, en el fondo, por la posesión de una obra maestra. El Duque anhela el cuadro y también una victoria frente al rebelde Guillermo de Orange. Encarga un inventario de todos los bienes de la corte de los Nassau en Bruselas. Es el 11 de marzo de 1568. Si incumple la orden “será desterrado de por vida y [Guillermo] perderá todas sus posesiones”. El 28 de mayo todo es confiscado. Previsor, el Duque ya había hecho, cinco meses antes, su propia lista: la excusa perfecta para arrebatar el Jardín.’El jardín de las delicias’, de El Bosco.Museo Nacional del PradoAhora se mezcla el mito y la certeza, difícil trazar la raya. El conserje de la Corte de los Nassau en Bruselas, Pieter Col, “fue torturado, de las más horrendas de las maneras, porque se negaba a revelar la ubicación del tríptico”, escribe Paul Vandenbroeck. O confesaba —le amenazaron Vargas y Del Río, oficiales del Duque—, o le torturarían hasta el final. Pese a la tortura que incluía la dislocación de todas las costillas, falta de alimento, heridas abiertas y uñas arrancadas, el conserje estaba dispuesto a morir por la pintura.“Este es el relato norteño que se ha impuesto”, advierte, con precaución, José Juan Pérez Preciado, experto en pintura flamenca del Museo del Prado. Pero la presión resulta insoportable. Guillermo cede. En mayo de 1568 el duque de Alba lo expolia no para Felipe II —un apasionado del pintor y a quien debe obediencia— sino para su disfrute personal. El hechizo del cuadro. De las manos del duque de Alba pasó a las de su hijo ilegítimo, el prior don Fernando de Toledo, que lo poseyó hasta su muerte en 1591. Felipe II, que lo vio en su primer viaje al palacio Nassau en Bruselas en 1549, siendo aún príncipe, lo compró en la almoneda del prior. Y en 1593 lo mandó llevar al monasterio del Escorial.Sin embargo, hasta llegar a nuestros días hay que volver a parar el tiempo. “Felipe II era un hombre fuera de lo común en conocimiento, saber y gusto”, contaba el gran hispanista Jonathan Brown (1939-2022) en El triunfo de la pintura (Nerea, 1995). Y añade: “Fue el más rico y mayor mecenas de la segunda mitad del siglo XVI”. Cuando muere en 1598 había 1.150 cuadros en El Escorial y unos 358 en el Alcázar madrileño. Para lo que nos interesa en esta historia tuvo una colección soberbia de pintura flamenca del siglo XV, con obras maestras como Los desposorios de la Virgen (1420-1430) de Robert Campin, Joachim Patinir o el Tríptico de la Virgen (1465) de Dirk Bouts. Pero, sobre todo, El Bosco —se le atribuyen más de 30 obras en su poder, resulta evidente que muchas serían falsas o de taller— y su Jardín de las delicias. Sin duda, la obra más importante que jamás poseyó.Detalle de la obra ‘El jardín de las delicias’, de El Bosco.La pintura seguiría viajando, ya bajo posesión española. En 1800, el crítico Ceán Bermúdez se queja del mal estado en el que se encuentra en El Escorial. En 1857 se trasladó al Cuarto Real de San Jerónimo, a las habitaciones de Felipe II. Allí permaneció —cuenta Pilar Silva en la monografía del genio— hasta que se llevó al Museo del Prado. Entró durante 1933 para ser restaurada y se regularizó su depósito en 1998. Por cierto, ni el Louvre ni la inglesa National Gallery pueden presumir de tener solo una obra maestra confiscada. Ahora ocupa la sala 056A. Es una rayuela pintada de lecturas infinitas. Además, no está sola. El Prado alberga, también, el Tríptico del carro de heno (1512-1515), el Tríptico de La Adoración de los Magos (1494), la Mesa de los Pecados Capitales (1505-1510), La extracción de la piedra de la locura (1501-1505) y Las tentaciones de San Antonio Abad (1510-15). Hoy no se podría devolver. Ni siquiera existe un lugar llamado Nassau. Nadie, nunca, lo ha reclamado. Queda la historia. Ninguna institución iguala al Prado en fondos del maestro. Una colección digna de un país que una vez fue un imperio.

El secreto del cuadro más mirado del Museo del Prado | Cultura
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