El prestigioso medievalista Bernard Guenée solía decir desde su cátedra de la Sorbona que cualquier medievalista sabe que la Edad Media nunca ha existido, porque ¿quién soñaría con meter en un mismo saco a los hombres y mujeres y a las instituciones de los siglos VII, XI y XIV? En nuestro imaginario colectivo la Edad Media fue una época de pobreza, hambrunas, pestes, abusos de señores contra campesinos y corrupción del clero. De esa Edad Media imaginada e imaginaria solo salvamos los torneos y la vida cortesana, a los caballeros y las princesas, las brujas y las hadas, un príncipe magnánimo y algún monje culto y comprometido con el pueblo frente a la hipocresía y las simonías de la Iglesia. La Edad Media nació del desprecio del Renacimiento, de Petrarca por ejemplo, concebida como una época oscura y teocéntrica interpuesta infaustamente entre la Antigüedad clásica y su luminoso presente antropocéntrico, si bien desde el Romanticismo, como Chateaubriand en El genio del cristianismo, se vio en ella el origen legitimador de las tradiciones e identidades nacionales. Más allá de las invenciones de pasados prefabricados, de lo que no cabe duda es de que tenía razón Lessing cuando desde el Sturm und Drang gritó: “Noche de la Edad Media, ¡de acuerdo! ¡Pero noche resplandeciente de estrellas!“.En Cuerpos medievales. Vida, muerte y arte en la Edad Media, el historiador Jack Hartnell nos guía por ese territorio del Medievo a través de un atlas de anatomía, desde la cabeza hasta los pies al combinar arte, medicina y teología y al mostrar que en la Edad Media el cuerpo también importaba, que era mucho más que anatomía, y que también era el espejo del alma. Desmontar el tópico del Medievo oscuro, crédulo y supersticioso y mostrarlo como una época con luz propia tan brillante como la Antigüedad o el Renacimiento no es una apuesta nueva, pero la restitución en nuestro imaginario de esa época maltratada de la historia sigue siendo todavía necesaria para el lector o el público no especialista. Los hombres y mujeres medievales sufrían y morían, pero también amaban y envejecían, su mundo no era inclemente e inhóspito y no vivían solo en lodazales poblados de ratas o en soleados palacios al son de la música de trovadores. En cada gesto de ese universo, lo físico y lo espiritual se tocaban y el cuerpo era un microcosmos que se mostraba como réplica imperfecta de lo divino, como escenario de las coacciones del deseo y de los anhelos y temores del espíritu. El recorrido de Hartnell por la medicina medieval y la historia de su arte es una manera tan legítima como cualquier otra de pensar y escribir la historia, sin olvidar que la divulgación y la curiosidad no debe ser nunca incompatible con el rigor del investigador, ni mucho menos con el estilo ágil y didáctico con el que nos cuenta esa historia. Como historiador del arte nos muestra cómo los tratados médicos medievales fueron también un catálogo de pinturas y relicarios, tapices y frescos, lápidas sepulcrales y escenas esculpidas sobre puertas de iglesias que representaban las efigies de la vida y de la muerte, de la salud y la enfermedad, del ayuno y el festín, de entrañas bajo la piel y de lo males del corazón. En cada capítulo se explora una zona del cuerpo y se enhebra y se ilustra profusamente una anatomía narrativa sobre una historia cultural del cuerpo, desde Oriente hasta Occidente, desde la Europa cristiana al mundo islámico, sin sucumbir nunca a convertir la Edad Media en un museo de rarezas y mostruosidades. Es verdad que a veces se ahonda poco en la perspectiva de género y la diferencia entre cuerpos masculinos y femeninos, la construcción simbólica de la maternidad o el papel de las mujeres en la medicina y los cuidados más allá de la sexualidad del segundo sexo. En esos márgenes del relato se quedan también demasiadas veces los pobres, los laboratores tan presentes en las fuentes y en la vida cotidiana y tan ausentes hasta la llegada de la Escuela de los Annales, frente a los reyes (bellatores), los santos o los mártires (oratores) que vertebraron los tres órdenes del imaginario feudal medieval, como nos enseñó el gran Georges Duby. Aun así, las páginas de Cuerpos medievales arrojan luz sobre un tiempo que solemos imaginar en penumbra y oscuridad, una historia que Abada nos regala en una cuidada y bellísima edición que se lee no solo con los ojos sino también con el tacto, con la memoria de los sentidos, que seguro no fue la nuestra en la Edad Media. La historia sobre la fragilidad bella y siniestra de unos cuerpos vulnerables trasciende en cada página la piel, aunque el milagro no oculta nunca los conocimientos de la medicina de una época que sanaba no solo los males del alma, sino también y no pocas veces eficazmente, las dolencias de los cuerpos medievales.Cuerpos medievales. Vida, Muerte y Arte en la Edad MediaJack Hartnell Traducción de Miguel Ángel Martínez-CabezaAbada Editores, 2025 348 páginas, 38 euros

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