La primera central eléctrica de Thomas Edison iluminó la calle Pearl, al sur de Manhattan, en 1882, pero pasaron cerca de cuatro décadas hasta que la electricidad se generalizó, transformó la producción industrial y empezó a reflejarse en las estadísticas de productividad. Pocos años después, a principios del siglo XX, los vehículos de motor eran caros y poco fiables y se consideraban juguetes de ricos; solo tras la Primera Guerra Mundial, y el paso de 50 años, hicieron que se generalizara su uso incluso en las ciudades más pobladas de Estados Unidos. El nacimiento ―y la aceptación― de nuevas tecnologías es impredecible, y sus consecuencias también. Carl Benedikt Frey (Suecia, 1984), profesor asociado de Inteligencia Artificial y Trabajo en el Oxford Internet Institute y fundador del programa de tecnología y empleo en la Oxford Martin School, acaba de publicar How Progress Ends: Technology, Innovation, And The Fate Of Nations (Cómo termina el progreso: tecnología, innovación y el destino de las naciones, Princeton University Press), un recorrido por 1.000 años de historia de la humanidad para tratar de explicar por qué algunas sociedades prosperan y otras fracasan a partir de la irrupción de nuevas tecnologías. En el ensayo, Frey cuestiona una creencia habitual: que el progreso tecnológico es inevitable. Para justificarlo, cita potencias del pasado, como la China de la dinastía Song o la Gran Bretaña victoriana, que acabaron perdiendo su enorme ventaja innovadora, y naciones modernas que tras períodos de rápido crecimiento se estancaron económicamente, como le sucedió a Japón. Frey, que responde a esta entrevista por videoconferencia, se detiene en la economía más planificada, la Unión Soviética, que tras 40 años de progreso económico se derrumbó en los años 90 como algo que había comenzado a derrumbarse mucho antes. El futuro es difícil de predecir y, en ocasiones, no alcanza a ser más que una proyección del presente. Por lo tanto: ¿qué orden creará la actual revolución de la inteligencia artificial?Más informaciónPregunta. La historia de la tecnología es algo errática. ¿Qué es lo que ha llevado a las naciones a explorar, a inventar? Respuesta. Si las sociedades no tienen mucho margen para la experimentación y la exploración, o no crean ese espacio, es más difícil explorar nuevas trayectorias tecnológicas y mantener el progreso económico y tecnológico. El ejemplo más llamativo de esto es la economía más centralizada que el mundo haya visto jamás: la Unión Soviética. Durante cuatro décadas, tuvo un rendimiento económico razonablemente bueno con un crecimiento de alrededor del 6 % anual, y le fue bien en términos de adopción de tecnología extranjera. Pero cuando el sistema de producción en masa se agotó en los años 70, lo nuevo en el horizonte era el ordenador y ahí las contribuciones soviéticas eran prácticamente inexistentes.Una de las razones es que había muy poco margen para explorar. Si eras ingeniero aeronáutico, podías acudir al Ejército Rojo y solicitar financiación. Si te la denegaban, quizá tenías otras dos o tres opciones; si volvían a denegarla, tu idea moriría contigo. Eso es muy diferente del sistema estadounidense, por ejemplo, donde el famoso fondo de capital riesgo, Bessemer Ventures, se negó a invertir en Google en 1999, pero eso no frenó su auge porque otros sí lo hicieron.P. ¿Es de esa descentralización de la que nace Silicon Valley?R. En una economía más descentralizada se pueden explorar más trayectorias tecnológicas. Y en un sistema federal, como el de EEUU, también se puede experimentar más con diferentes normas a nivel local. Por ejemplo, la nulidad de los acuerdos de no competencia en 1982 de AT&T e IBM fue fundamental para el auge de Silicon Valley. Sin ellos, los ingenieros que en su día abandonaron Shockley Semiconductor no habrían podido fundar Fairchild, y tampoco se habría fundado Intel. Eso creó un laboratorio para la experimentación institucional dentro del país. P. ¿Cómo operan hoy las grandes empresas tecnológicas? R. Una vez más, las empresas tradicionales se alinean en contra de las tecnologías que amenazan sus ingresos y habilidades. Vemos cómo ocurre a través de adquisiciones agresivas en las que compran empresas emergentes solo para cerrarlas, y con las “puertas giratorias” entre las oficinas de patentes y las empresas, contratando a examinadores que les conceden patentes de baja calidad. Y lo vemos también a través de un lobbying coordinado para promover regulaciones protectoras en todos los ámbitos. Una de las lecciones del libro es que cuando las empresas establecidas logran regular la economía a su favor, y el público o la falta de competencia geopolítica impiden que el Estado actúe contra ello —ya sea porque no siente la necesidad debido a la competencia internacional o por falta de presión interna—, existe un riesgo real de que el progreso se frene y las economías entren en estancamiento.P. Pero la descentralización también es criticada, se dice que puede promover la desigualdad entre regiones, aunque estudios económicos indican lo contrario.R. El sistema soviético era relativamente bueno construyendo y poniendo cosas en marcha, por ejemplo, la electrificación, que persiguió con mucho vigor. También tuvo algunos éxitos espectaculares, como el lanzamiento del Sputnik. Pero lo que me parece aún más extraordinario, siendo tan temprano en la tecnología satelital, es que no logró desarrollar nada parecido a la industria de las telecomunicaciones que más tarde surgió en EE UU. Y creo que esa es una distinción clave: se puede, hasta cierto punto, gestionar la puesta al día tecnológica, pero no gestionar ni planificar la innovación de cero a uno. Se necesita un sistema descentralizado que sea capaz de explorar diferentes trayectorias tecnológicas. De lo contrario, es muy improbable que se pueda ser líder tecnológico mucho tiempo.P. Argumenta que la revolución informática y la inteligencia artificial le recuerdan más a la primera revolución industrial que a ese “entusiasmo tecnológico” del siglo XX donde el mundo se inundó de cosas nuevas. R. La primera revolución industrial se centró en gran medida en la automatización, hacer lo que hacíamos, pero sustituyendo los talleres artesanales por fábricas mecanizadas. En cambio, la segunda revolución industrial y las últimas etapas de la primera, con la aplicación del vapor al transporte, los barcos de vapor y los ferrocarriles, crearon nuevos tipos de industrias y actividades laborales. Si todo lo que hubiéramos hecho desde 1800 fuera automatización, tendríamos textiles baratos y una agricultura productiva, nada de cohetes, aviones, ordenadores, vacunas, antibióticos…Todos los aparatos de las casas tenían detrás una industria que surgió a mediados del siglo XX. Si avanzamos hasta la revolución informática y la revolución robótica, sí, hemos visto algunas industrias nuevas, pero se han limitado a unos pocos lugares, como Silicon Valley. Y no han creado nada parecido a las industrias a gran escala que vimos durante el siglo XX y, además, en gran medida se han centrado en la automatización. P. ¿Y la inteligencia artificial? Todos los días se hacen predicciones sobre cómo va a cambiar nuestra vida, para bien o para mal.R. Hasta ahora se puede decir lo mismo, es en gran medida una continuación. También tiene que ver con la falta de competencia. Las empresas grandes son más propensas a invertir en tecnología de automatización para reducir costes y hacer lo que ya hacen, pero a mayor escala y llegando a más consumidores, mientras que las pequeñas empresas no tienen escala y son más propensas a invertir en nuevos productos, desarrollados por nuevas industrias. En este momento, ese equilibrio no parece muy saludable. P. ¿Tiene sentido el enorme esfuerzo inversor de las grandes tecnológicas para crear estos enormes centros de datos, que consumen tantos recursos energéticos? R. El paradigma de escalabilidad en la IA —que, aumentando su tamaño, la cantidad de datos de entrenamiento y su potencia computacional, funciona mejor— está llegando a su fin, lo que es aceptado ampliamente. Esto no significa que ya no necesitemos grandes conjuntos de datos y mucha capacidad de cálculo, sino que el progreso futuro de la IA vendrá de la innovación algorítmica, de nuevas ideas, en lugar de dedicar más capacidad de cálculo y gestión de datos. Si el futuro de la IA consistiera únicamente en ampliar los modelos existentes, entonces la consolidación probablemente sería una buena idea, o al menos no mala. Pero lo que necesitamos para los avances futuros en IA, es descentralización y competencia. Por eso, la mayoría de las apuestas se centran ahora en los modelos de lenguaje, y NVIDIA y otros van orientándose hacia modelos lingüísticos más pequeños. Pero el futuro de la IA podría ser algo completamente diferente, un híbrido entre grandes modelos lingüísticos y una IA simbólica… Necesitamos diferentes empresas e investigadores que sigan diversas trayectorias tecnológicas e inviertan en ellas para impulsar realmente el progreso. P. ¿Cómo afecta esto a los tres actores principales: Europa, EEUU y China? R. China es un caso interesante, no solo por su sistema político, sino también por su sistema híbrido en lo que respecta a las empresas estatales frente a las privadas que compiten entre sí en diferentes sectores. Hay muchas pruebas que sugieren que las empresas estatales no han obtenido resultados especialmente buenos en innovación y productividad. Las empresas que tienden a impulsar el progreso tecnológico en China suelen ser aquellas con inversión extranjera, o al menos privadas, y se les permite hacer lo que quieran, siempre y cuando sirva a los objetivos nacionales. Pero estos pueden cambiar con bastante rapidez y las autoridades pueden decidir aplicar las normas en vigor o no, y cambiarlas con relativa rapidez y de forma arbitraria. Eso significa que, si eres una empresa allí, necesitas acumular capital político, tener un asiento en la mesa. Y a medida que las prioridades chinas se alejan del mero crecimiento para centrarse en aspectos como la autosuficiencia tecnológica y la prosperidad común, volvemos a ver un papel más importante de las empresas estatales, fáciles de movilizar para los objetivos nacionales. Eso no es especialmente alentador para la innovación, pero China todavía tiene algo a su favor: una población enorme, bastante cualificada, y mucho talento técnico. Aunque nadie puede decir que la URSS no tuviera buenos científicos e ingenieros… P. Dice que EEUU está haciendo todo lo posible por socavar su propio liderazgo tecnológico.R. Por desgracia estamos viendo una tendencia similar. En los 2000 se pensaba que China se parecería más a EEUU, ahora parece que Estados Unidos se está pareciendo más a China. La administración Trump ha adquirido acciones de oro en U.S. Steel y una participación accionarial en Intel. Esto significa que una parte cada vez mayor del sector privado se está politizando. Se están imponiendo aranceles protectores, lo que es malo para la competencia y, además, se está creando un complejo sistema de exenciones que resulta más fácil de manejar para las grandes empresas. También tienen un impacto el tipo líderes de las empresas porque no necesariamente se quiere que un CEO tecnológico la dirija si lo que determina su futuro no son las tecnologías que desarrolla, sino las conexiones políticas que puede establecer en Washington. P. Nos queda Europa.R. Aquí la preocupación es un poco más antigua y algo diferente. Las leyes laborales permiten menos flexibilidad que en EE UU, por lo que a Meta y Google les resulta más fácil pivotar hacia donde surgen las nuevas tecnologías, como la IA generativa. Otra diferencia, aún más importante, es que las empresas europeas, especialmente las del sector servicios y digital, tienen dificultades para crecer. Una empresa estadounidense tiene un mercado grande y relativamente homogéneo en el que crecer, lo mismo que en China. El FMI estima que, si se suman todas las normas y reglamentos sobre comercio y servicios, los costes de cumplir con ellos equivalen a un arancel del 110 % en los servicios. Por lo tanto, se trata de aranceles al estilo del Día de la Liberación de Trump dentro de la Unión Europa. Pero Europa no está tan mal en cuanto a innovación, aunque es evidente que está sacando menos partido al gasto público, en I+D en particular, aunque gasta tanto como EEUU.

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