Siete jóvenes italianos, cinco hombres y dos mujeres entre los 20 y los 30 años, con espíritu de aventura, desataron a principios de los años sesenta un conflicto diplomático internacional con la España de Franco, tras viajar por el país como turistas en 1961, grabar a escondidas entre la gente canciones populares contra el régimen y sacar luego dos discos y un libro. Fue sobre todo el libro, Canti della nuova resistenza spagnola 1939-1961, publicado en 1962 por la prestigiosa editorial turinesa Einaudi, donde trabajaba el escritor Italo Calvino, amigo del grupo, el que desencadenó un gran escándalo.El nuevo ministro de Información de entonces, Manuel Fraga, montó una campaña en la prensa española contra lo que llamó “libelo”, y el régimen movió sus hilos con el Vaticano para que les apoyara, cosa que hizo, porque algunas canciones eran violentamente anticlericales. Sobre todo, una muy escandalosa, recogida en Santander, que fue en la que se centró la polémica y a la que se agarró el franquismo en su cruzada contra el libro: “Al Santo Cristo de Limpias / dicen que le crece el pelo / la que le crece es la polla/ de darle por culo al clero”. A los cuatro meses el libro acabó secuestrado en Italia.Portada del libro publicado en Italia en 1962 que contó la historia del viaje del grupo turinés Cantacronache y desencadenó un conflicto diplomático con la España franquista.Los autores del volumen, Sergio Liberovici y Michele L. Straniero, dos de los miembros del grupo, llegaron a ser procesados en Turín por vilipendio a la religión, incluso condenados en primera instancia antes de ser absueltos tras la apelación. Pero el incidente hizo que el libro fuera traducido en muchos países, en Europa y América, porque Einaudi cedió libremente los derechos, y también salieron ediciones de los discos en varios idiomas. Abrió una brecha en la imagen del franquismo. La portada del libro, de color negro y con unos policías conteniendo a unos ciudadanos, incluía una estrofa en gallego de una de las canciones recogidas que resumía el espíritu de una parte de los españoles: “Santo Cristo de Fisterre / Santo da barba dourada/ axudademe a pasare / a negra noite de España”.“Lo que le fastidió al Gobierno español es que se certificara la existencia de una resistencia, y como no admitía que existiera, fue su propia estupidez al crear el escándalo la que dio éxito al libro y a los discos”, cuenta al teléfono el poeta, escritor y musicólogo Emilio Jona, de 97 años, el único que queda vivo de aquel grupo, desde su casa en Turín. Al preguntarle cómo era aquel país de 1961, responde: “Una España extremadamente arcaica”. Recuerda la miseria y el hambre en los pueblos de la meseta, en el extrarradio de las ciudades. En todo caso, él se sintió inmediatamente como en su casa, porque es judío de origen sefardí, y percibió algo íntimo, familiar, en la gente y los paisajes.Esta historia en su día fue muy sonada, pero con el tiempo se olvidó y ha vuelto a salir a la luz gracias a las investigaciones del historiador Alberto Carrillo, profesor de Historia Contemporánea en la universidad de Sevilla, que supo de ella por primera vez en 2008, en los archivos de Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam. Luego fue encontrando documentación, se hizo con los discos y acabó dando con los dos únicos supervivientes del grupo, Emilio Jona y Margot Galante, fallecida en 2017. “Ella recordaba del viaje sobre todo la asfixia, la presencia de la policía, la sensación de estar siempre vigilados”, señala. Carrillo publicó su primer artículo sobre el tema en 2012. Luego, la historia acabó en un documental estrenado en 2024, La marsellesa de los borrachos, de Pablo Gil Rituerto, presentado el año pasado en el festival de la Seminci de Valladolid. En él, artistas contemporáneos como Nacho Vegas, María Arnal, Amorante o Labregos do tempo dos Sputniks reinterpretaban las canciones.Portada de uno de los discos, con un dibujo de Picasso, que el el grupo Cantacronache publicó en 1961 cantando las canciones grabadas en España.A Carrillo le sedujo inmediatamente la historia, y la ha contado este mes en Roma en unas jornadas sobre los lazos de Italia con la resistencia antifranquista. Han sido organizadas con motivo de los 50 años de la muerte de Franco por la asociación Rosso un Fiore, y en ellas el Coro Inni e Canti di Lotta Giovanna Marini interpretó algunas de las canciones. “Es que esta historia es para hacer una película”, cuenta Carrillo. “Tiene toda esa puesta en escena impresionante del franquismo. Te encuentras a Italo Calvino, al Vaticano. Lo que más me sorprendió fue que unas simples canciones, que no dejan de ser unas coplillas que a veces duran 40 segundos, pudieran tener esa capacidad de obligar a Franco a hacer estos movimientos a escala internacional. Que una cosa diminuta pudiera tener un efecto grande”.Jona y sus otros seis amigos buscaban precisamente el poder subversivo de esas diminutas canciones. Formaban parte del grupo musical turinés Cantacronache (Cantacrónicas), pioneros en Italia de la canción de protesta y de autor, con conexiones con el mundo literario e intelectual de la época. “Sin ellos la historia de la canción italiana habría sido distinta”, escribió Umberto Eco, otro de sus amigos. Jona recuerda que empezaron a cantar casi como un juego a finales de los años cincuenta: “Nos irritaba la canción italiana de moda en la época, de evasión, la del festival de Sanremo, y queríamos hacer canciones para evadirse de esa evasión, contar la realidad de la vida cotidiana. En Italia no había una canción política, y nuestra referencia eran los cantautores franceses, como Brassens, o los alemanes de los años treinta”.Su viaje no salió de la nada ni fue una improvisación, sino que fue parte de un proyecto de recopilar canciones antifascistas en toda Europa. Comenzaron por buscar información en el exilio español en Francia y Suiza, para que les dieran contactos. Por ejemplo, vieron a Antonio Soriano, fundador de la librería española en París, lugar de encuentro clave de la emigración republicana. Y en Suiza, al filósofo y matemático Miguel Sánchez-Mazas, hermano de Rafael y Chicho Sánchez Ferlosio. Este último, señala Carrillo, “encajaba a la perfección en el ideal de música social, de autor, contestataria, sobre la que Cantacronache había estado indagando y experimentando”. Luego aportó a otros discos, de forma anónima, temas fundamentales que se popularizaron en los sesenta, como Gallo rojo, gallo negro.Así obtuvieron una lista de contactos de confianza en España. Era una información muy delicada, así que la grabaron en minúsculas letras en cerillas. Cada una tenía un nombre y una dirección, y se podía quemar en caso de peligro. De ese modo luego pudieron visitar en España a artistas e intelectuales como José Agustín Goytisolo, Alfonso Sastre, los hermanos Carlos y Antonio Saura, Jesús López Pacheco y Gloria Fuertes. De esos encuentros surgieron algunas grabaciones, igual que de citas con personas del mundo sindical y universitario. Por ejemplo, un chachachá sobre un cura vasco que envenena al dictador en la comunión: “Aquí yace Paco Franco/ de una hostia envenená/ que le dieron en la iglesia/ y por cierto muy bien da”. O una letra de López Pacheco, Una canción, precisamente sobre el poder redentor de la música: “Pueblo de España/ ponte a cantar/ Pueblo que canta/ no morirá”. Todo era escrupulosamente anotado en fichas técnicas, aunque siempre preservando el anonimato de los participantes, por su seguridad.Sergio Liberovici, uno de los miembros del grupo Cantacronache y coautor del libro posterior sobre canciones antifranquistas, en un momento del viaje.El resto de las canciones simplemente las fueron recogiendo por el camino, al azar, cuando cogían confianza con alguien y se animaba a cantarles una. Obreros, campesinos o entre los parroquianos de un bar donde hubiera una guitarra. “La gente no tenía miedo a abrirse con nosotros, al ver que éramos extranjeros”, recuerda Jona. Es el caso de una de las más emotivas, Sin pan, sobre el hambre que se pasaba, que, según consta en la ficha, es interpretada por un taxista andaluz de Madrid. Los temas de las canciones abordaban las penurias de la vida diaria, las diferencias sociales, reflejaban una fuerte aversión al clero, a Franco y su mujer. Había parodias, sátiras, desahogos en forma de exabrupto, pero también piezas líricas, de esperanza, de ideales, y hasta de tono surrealista. “Las canciones tenían una fuerza dramática y expresiva que documentaba, de forma anónima, la dureza de la represión”, explica Jona.El grupo solo se movió por la mitad norte de España, lo que hace pensar que se perdió una buena parte de patrimonio musical del sur. Entraron desde Francia por Bourg Madame a Puigcerdá, en Girona, y luego fueron a Barcelona, Zaragoza, Madrid y Toledo. Luego se dividieron en dos grupos. Uno fue a Cuenca y más tarde se reunió con el otro en Santiago de Compostela. El segundo pasó por Ávila, Salamanca, Zamora, Orense y Vigo. Después continuaron todos juntos por Cudillero, Llanes, Santander, Bilbao, San Sebastián y salieron del país por Bayona. Reunieron varias horas de grabaciones, y cientos de fotografías. Toda la documentación está archivada hoy en el centro CREO (Centro Ricerca Etnomusica Oralità) de Turín.Tras hacer una selección de canciones, el grupo Cantacronache las arregló e interpretó con instrumentos en dos discos que aparecieron en 1961, Canti de la Guerra de Spagna 1936-1939 y Canti de la resistenza spagnola 1939-1961, que tenía en la portada un dibujo de Picasso. “Constituyen verdaderamente dos verdaderas joyas desde el punto de vista discográfico”, opina Carrillo. Pero el que desató el escándalo fue luego el libro que contó la historia del viaje y recogió las letras, partituras y ficha técnica de 25 canciones, ocho coplas y tres textos poéticos. Lo primero que intentó el Gobierno español fue impedir la distribución del libro, presionando a la editorial Einaudi. Se encargó el director general de Información, Carlos Robles Piquer, que amenazó a Giulio Einaudi con no dejarle entrar en España, donde debía viajar para participar en la concesión del premio Formentor, impulsado por las más prestigiosas editoriales europeas. En un agrio intercambio de telegramas, el editor turinés respondió: “Me llaman a que cumpla mis deberes de editor; yo creo poder recordarles, a su vez, que ningún auto de fe, ninguna destrucción de libros, ninguna censura ha sido nunca capaz de eliminar los males de los que niegan la existencia y sofocan la denuncia”.Entonces se desató una imponente ofensiva mediática. El régimen franquista se agarró a la canción sacrílega del Cristo, que en realidad era la única de ese tipo, para denigrar todo el proyecto como un ataque a España con canciones que decía que habían sido inventadas. “El Gobierno argumentó que era un invento de laboratorio de los italianos para atentar contra el España y la religión católica, se le quiso dar un enfoque religioso a un asunto de clara naturaleza política y social”, explica Carrillo. Una operación en la que contó con el apoyo de los medios conservadores europeos.“Cieno, carroña, asco”El 9 de enero de 1963 apareció en los principales diarios españoles una nota de la Dirección General de Información en la que se anunciaba la prohibición de entrada a Einaudi en el país con motivo de la publicación del libro, sin entrar en más detalles porque “elementales escrúpulos de decencia pública impiden reproducir el repugnante contenido de este libelo”.La Vanguardia publicó un contundente editorial titulado Cieno, carroña, asco: “Cieno, por los pútridos residuos que lo integran; carroña, porque en sus páginas no halla alojamiento el más ligero aliento de vida noble, sino que todo es muerte de la dignidad espiritual y del alma; asco, porque no hay ser humano bien nacido —azul, rojo, verde o amarillo— que no sienta náuseas invencibles a la sola lectura de una de las páginas de Einaudi”. Abc dijo que el libro “ofende gravemente a la religión católica y a España” con un “pestilente ataque” que convertía la editorial italiana en “un pozo negro al servicio de innobles elucubraciones”. Este fue el tono de la cruzada contra el libro, que inmediatamente saltó a la prensa italiana y a la europea. Y empezaron a pasar cosas en Italia. El Osservatore Romano, diario de la Santa Sede, escribió: “Bajo ningún pretexto se justifica la reproducción de obscenidades sacrílegas que no pueden constituir ningún válido documento político o ideológico, sino solo de la depravación de un lenguaje y de una costumbre”. Dos días después de la intervención del Vaticano, la fiscalía de Turín ordenó el secuestro del libro con la acusación de “obscenidad y vilipendio a la religión y ofensa a un jefe de Estado extranjero” y el procesamiento de los autores. Incluso pusieron una bomba casera en la casa discográfica que había publicado los discos. Fraga, en España, recopiló todos los artículos contra el libro publicados dentro y fuera de España en un libro editado por su ministerio, titulado La marsellesa de los borrachos (Datos para la historia del libelo). El fin del premio Formentor y la intervención de Cela Pero la respuesta también fue muy significativa. Las editoriales europeas se solidarizaron con Einaudi y anunciaron que el premio Formentor ya no se celebraría en España. Desapareció a los pocos años y no renació hasta 2011. Einaudi dio una rueda de prensa para denunciar lo ocurrido, acompañado de escritores de la talla de Italia Calvino, Carlo Levi y Giorgio Bassani. El asunto se debatió incluso en el Parlamento italiano como un ataque a la libertad de expresión.En España, el escritor Camilo José Cela se alineó contra Einaudi, que era su editor en Italia: “La técnica de la injuria no da resultado entre nosotros. Y, menos aún, la de la blasfemia. La noble causa de la libertad en España, por cuya prosecución luchamos, patrióticamente y sin salirnos del reglamento —del código del honor que nosotros mismos nos marcamos— muchos españoles, no ha sido rubustecida [sic] con el libro por usted editado. Dar armas a las fuerzas retrógradas no es ayudar, ciertamente, a quienes amamos la libertad”.Pese a tal despliegue, el escándalo no hizo más que convertir el libro y los discos en una referencia del antifascismo en todo el mundo. Carrillo cree que el régimen no midió bien a sus adversarios ni la respuesta que se iba a producir, porque “actuaron como hacían con la oposición interior, a zarpazos, y creían que así iban a resolverlo”. Emilio Jona opina que la reacción franquista “fue un síntoma de su debilidad y su pobreza ideológica, por lo que nuestro modesto y limitado trabajo asumió una dignidad muy superior a sus méritos”. “Inesperadamente, hizo una contribución de una cierta relevancia a la oposición a la dictadura franquista, y de esto nos sentimos entonces, y nos sentimos todavía hoy, orgullosos y felices”, insiste Jona, todavía encantado de aquel viaje a España, 64 años después.

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