En septiembre del año pasado, el matrimonio formado por Artem Panchenko y Yuliia Shevchenko salió de Ucrania en coche con dos objetivos: huir de la guerra de su país y aprobar el examen del MIR para poder desarrollar sus carreras de otorrino y ginecóloga en España. Este pasado miércoles, ambos estaban en el Ministerio de Sanidad, eligiendo plaza con los puestos 1.693 y 1.698. Ni aunque lo hubieran hecho aposta habrían conseguido la coincidencia casi milagrosa que los separó solo en cinco números en la clasificación de aspirantes, lo cual les permitió coordinarse para optar a dos hospitales en la misma ciudad (Sevilla), donde en el preciso momento de su turno había vacantes para sus respectivas especialidades.El trayecto de seis días hasta España se les hizo largo, porque mientras estaban en la carretera no podían estudiar, narran por videoconferencia desde Torrevieja (Alicante), la primera población asequible donde se pudieron asentar en su ruta. Contaban con el dinero justo para sobrevivir unos meses mientras se preparaban la prueba y para culminar un plan que ya les rondaba la cabeza desde antes de que estallase la guerra en su país. Estos dos médicos, de 29 y 28 años, se enamoraron de España en 2019, durante su luna de miel, en la que pasaron por Barcelona, Madrid, Málaga… Poco después comenzaron los trámites para homologar sus títulos y hace tres años empezaron a estudiar el idioma desde Dnipro (a algo más de 400 kilómetros al sudeste de Kiev), a través del Instituto Cervantes.Artem Panchenko y Yuliia Shevchenko, este viernes, frente a la entrada del centro de salud La Loma, de Torrevieja.JOAQUIN DE HARO RODRIGUEZYuliia explica que cuando todavía vivían en Ucrania era muy complicado prepararse la prueba: “El apagón que tuvimos aquí la semana pasada allí sucedía casi a diario. Sin luz, sin conexión, sin internet… era difícil estudiar”. En la guerra, continúa, pasan días de aparente normalidad, “en los que trabajas y te tomas un café con los amigos”, a otros en los que “no puedes dormir”, asustada por las bombas, o por lo que puede estar sucediéndole a la familia. Compaginaban sus trabajos ―ella residente de ginecología y él con un puesto de otorrino en una clínica― con el estudio, tanto del idioma como del temario del MIR, la prueba para acceder a una residencia que, según dicen, es mucho más difícil que en su país. “Allí preguntan sobre todo cosas relacionadas con urgencias. En España es mucho más avanzado: fisiología, farmacología, inmunoterapia, novedades”, enumeran.Él preparó el examen apuntado a academias españolas que lo formaban a distancia. Ella, por libre, leyendo todo lo que podía y haciendo test sin parar. “Somos muy distintos”, razona Yuliia. “Artem es más estricto, necesita una disciplina, y yo soy más flexible”. Además de los manuales, han encontrado mucha ayuda en las redes sociales, donde otros médicos hablan sobre el examen y comentan posibles preguntas. “Una sobre un fármaco para la hemofilia la contesté bien gracias a Instagram”, sonríe la ginecóloga, a quien le desconcertó otra sobre estadística para la era necesario hacer cálculos. “Con los nervios no era capaz de dividir. Estuve cinco minutos dándole vueltas. A la salida, más tranquila, me di cuenta de que era fácil, pero no sé por qué no nos dejan usar calculadora”.Muchos colegas comentan en las redes sociales que el examen de este año ha sido espacialmente duro. Jorge García Macarrón, profesor de la academia CTO, especializada en la prueba, aseguraba en un reportaje de Redacción Médica que ha sido “el más difícil de toda la historia”.Cuando lo hizo, Artem se quedó muy decepcionado: “Había hecho cientos de simulacros y solía sacar 150 o 155 bien sobre 200. Pero en el examen real pasé por poco de 130. Después vi que le había ocurrido lo mismo a mucha gente”. Quedaron en plazas bastante buenas de una clasificación en la que el primer puesto la ocupa la nota más alta: por debajo del 1.700 de los más de 15.000 aspirantes, que optan a las 9.007 residencias que está previsto que se adjudiquen en esta edición, aunque en los últimos años han quedado vacantes algunas de Medicina de Familia, que pese a no ser la última en las preferencias, sí es, con diferencia, las más ofertada (2.508 puestos). Sus especialidades en la misma ciudadEl matrimonio había conseguido a priori suficiente holgura para escoger sus respectivas especialidades, en las que ya trabajaban en Ucrania. Lejos, eso sí, de las más codiciadas, como Dermatología, que este año ha batido un récord, completando las vacantes en toda España en el turno 542. “Parece que todos aquí quieren ser dermatólogos”, bromean. Lo cierto es que hay un enorme déficit de estos profesionales, que pueden conseguir muy buenas condiciones y trabajo muy bien remunerado en el sector privado.Ellos no se planteaban otra posibilidad que ginecología y otorrinolaringología. Pero el reto era doble. Querían también la misma ciudad. Y eso ya no es tan sencillo. “Hubo muchos nervios, porque vimos cómo iban agotándose en Valencia y alrededores, que era nuestra primera opción”. El número 1.692 eligió la última vacante de obstetricia en el Hospital General Universitario de Valencia. “Otros años se habían agotado en el dos mil y pico”, dicen.En ese momento vieron que en Sevilla había sitio para los dos. Cuando le llegó el turno a Artem (1.693), escogió otorrinolaringología en el Hospital Universitario Virgen del Rocío. Después de él, oftalmología en Albacete, pediatría en Barcelona, psiquiatría en Granada y neurología en la misma ciudad. Por fin llegó el turno de Yuliia, que tenía vía libre para elegir plaza de ginecología en el Hospital Universitario Virgen de Valme, también en la capital andaluza. Nunca han pisado Sevilla, pero están muy contentos con el destino. No solo por haber podido obtener la especialidad que querían y porque trabajarán a poco más de cinco kilómetros de distancia, sino porque “es una ciudad grande, con hospitales potentes, donde se puede desarrollar una buena carrera e investigar”. Se incorporarán en un mes y hacia el 20 de mayo irán a conocer la ciudad. Él se centra en los asuntos burocráticos; ella piensa más en cómo será su nuevo hogar.En los meses que han vivido en Torrevieja casi no han podido socializar, pese a lo cual hablan un español más que correcto. Ahora tienen un proyecto de vida en Sevilla, donde esperan encajar y, “por qué no, seguir en los hospitales” donde harán la residencia, si hay sitio para ellos. Dejan lejos a su familia, a un país que aman, pero donde también lo han pasado muy mal a causa de la guerra y donde, creen, no tienen las posibilidades de desarrollarse profesionalmente que ahora se les abren.

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