La idea de llevar una rave a un escenario promete. Como también prometen los primeros 20 minutos de Crowd, de la coreógrafa francoaustraca Gisèle Vienne. Uno a uno, los 15 bailarines que protagonizan la obra van apareciendo a cámara lenta en una escena cubierta de tierra, con restos de latas vacías y botellas de plástico. Suena la música, portentosa y nostálgica, de aquellos años noventa del siglo pasado cuando aparecían y vivíamos las primeras raves. Una banda sonora de tecno incipiente que dan ganas de encerrar en una playlist para tener siempre a mano. Más informaciónMoverse y bailar en slow motion, columna vertebral del espectáculo, presentado este domingo en los Teatros del Canal de Madrid, puede resultar de lo más complicado para que no se pierda la naturalidad. Los intérpretes están soberbios en ese comienzo en el que entran a escena y se relacionan entre sí. Los cuerpos en cámara lenta interactúan con música electrónica a ritmo “normal” y el contraste funciona. Nos viene a la mente la obra de Bill Viola, maestro del audiovisual en otorgar nuevos significados a través del slow motion. Están los que se saludan y se alegran de verse, los que van solos, el que fuma, la que bebe. Abundan las chaquetas bomber y los pantalones de chándal anchos y coloridos con la raya en el lateral. Y empiezan a pasar algunas cosas en un par de planos. Mientras el grupo mayoritario en el centro del escenario está a lo suyo, a bailar, en alguna esquina aparece la violencia. Celebración contenida y violencia son, de hecho, los estados que se repiten en esta rave que queda, por ello, extremadamente reducida.Y llega un momento, demasiado pronto, en el que la propuesta no da más de sí. Entonces todo es repetición, más o menos camuflada. Es decir, sin una aparente intención de ser repetitivo. La reiteración del gesto pequeño, de lo doméstico, puede funcionar (y funciona) coreográficamente de una manera concluyente. Ahí está casi cualquier espectáculo de Pina Bausch para corroborarlo; o los bailarines de Tragèdie, de Olivier Dubois, caminando durante media hora sin que nada cambie, llevándonos a un trance como pocos; también, ya más reciente, el discurso del coreógrafo griego Christos Papadopoulos, maestro de lo mínimo y su insistencia hasta lo obsesivo, en piezas como Larsen C (2021) y la fabulosa Mellowing (2023). Pero en Crowd no hay nada de eso. En esta obra la repetición de ideas, estados y hasta vocabulario corporal se siente como una carencia al no estar impulsada por un propósito claro.Los bailarines de ‘Crowd’ en una escena.Estelle HananiaCrowd es una idea atractiva que acaba siendo solo anécdota tras una hora y media de espectáculo (que transcurre como si fueran tres). Se desinfla pronto, no traspasa, no contagia. Ni siquiera en los momentos en los que el agua y las botellas de plástico vuelan, fruto de un frenesí que dura poco. Como esas imágenes que funcionan en la teoría y fracasan cuando se ponen en práctica, si no se rasca con hondura. El escenario imita una rave en la que se encuentran los bailarines de la obra.Estelle HananiaEsta es la segunda vez que la obra de Vienne visita Madrid. La primera fue en 2018, año de su estreno, en el espacio Matadero, dentro de Los Veranos de la Villa. También se ha visto en el Teatro Central de Sevilla y en 2023 en el Mercat de les Flors. Y no está envejeciendo bien. Con ella se ha cerrado la 40ª edición del Festival Internacional Madrid en Danza, que ha resultado bastante floja en las propuestas extranjeras programadas y en alguna que otra cosa más. Por ejemplo, en los días asignados a algunos espectáculos como este Crowd, que solo se ha programado un día. O en la ausencia de espacios para la danza más allá de la mera exhibición. Resulta difícil entender hoy en día un destacado festival de estas características, que además cumple cuatro décadas, sin foros para la reflexión y la discusión alrededor de la danza, sin lugares con los que conquistar a nuevos públicos (más allá de los encuentros posfunción) e incluso sin grandes coproducciones internacionales. La danza necesita existir más allá del escenario y Madrid en Danza necesita reforzar su voz, posicionarse y abarcarlo.

Shares: