Visitar un campamento de refugiados por primera vez en tu vida es algo que sin duda te marca para siempre. Si tuviera que resumir mi impresión en dos o tres palabras diría algo tan manido como que no era lo que esperaba. En las calles y tiendas de Azraq, un campamento de refugiados en Jordania construido para albergar a 40.000 personas, hay vida y una normalidad que duele.No he visto hambre como vi en Kenia, no he visto falta de agua potable como vi en Bolivia, o matrimonio infantil como vi en Ghana… pero la cotidianidad que se respira es difícil de asimilar. Tal vez por eso las personas refugiadas están tan olvidadas y sus situaciones tan infrafinanciadas. El plan de respuesta humanitaria a la crisis siria solo ha recibido el 31% de los fondos solicitados a finales de 2024.Vivir en un campamento de refugiados nunca debería ser una solución de larga duración para ninguna persona, pero menos para la infancia, y a pesar de que no es la vida que nadie querría para un niño o una niña, miles de ellos han pasado todos los días de su vida en este complejo gestionado por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (Acnur) en colaboración con el Gobierno de Jordania.Estos niños y niñas nunca han salido de ese desierto rodeado de vallas y, aunque tienen acceso a agua y alimentos, les estamos privando de mucho. Como trabajadora de World Vision, una ONG centrada especialmente en la infancia, es muy duro escuchar que una causa muy común de asistencia sanitaria en el campamento son las quemaduras que los niños y niñas sufren al tocar las paredes de su propia casa. Porque sí, ellos consideran a este espacio su hogar, hecho con chapas de metal de no más de 10 metros cuadrados que soportan el calor insoportable del desierto jordano.Sin embargo, en el campamento hay gente maravillosa que gestiona y pone en marcha grandes proyectos, de mi organización por supuesto, pero también de muchas otras. Es increíble la fuerza y la resiliencia que se respira en el club de paz, un espacio seguro para niños y niñas de entre 13 y 15 años. Allí dos tardes a la semana, durante dos horas, asisten pequeños grupos de 20 miembros aproximadamente para buscar soluciones y respuestas a los problemas de su día a día. Tienen un campo de fútbol y unas instalaciones preciosas con sofás para poder charlar y debatir. Un asistente social les guía y les da soporte si necesitan asistencia de cualquier tipo.Vivir en un campamento de refugiados nunca debería ser una solución de larga duración para ninguna persona, pero menos para la infanciaPero la actividad principal se centra en identificar y buscar soluciones a los problemas de manera conjunta y ponerlas en marcha. Durante mi estancia, los chicos identificaron que las personas mayores del campamento no tenían las herramientas ni la capacidad para arreglar y mejorar sus casas, quedando en una situación muy vulnerable. Para hacer frente a esta dificultad decidieron crear un grupo de apoyo y ofrecer, puerta por puerta, su ayuda. Por su parte, las chicas identificaron la amenaza del matrimonio infantil. Para combatirlo, debían identificar a jóvenes que pudieran estar en riesgo para hablar con ellas y sus familias sobre las dañinas consecuencias y la importancia de esperar a ser adultas para contraer matrimonio.Pero me gustaría volver a un tema, que no es menor: el fútbol. Como madre, cada día constato cómo este deporte debería considerarse un lenguaje universal, ya que a través de su práctica, en todas las etapas y sectores poblacionales, es un elemento de unión, de interacción y de diversión. En el campo de Azraq han llegado incluso a organizar una liga de fútbol en la que juegan distintos equipos del campamento. World Vision tiene sus propios equipos masculinos y femeninos que entrenan dos veces por semana en un campo gestionado por la organización con vestuarios, equipaciones y, por supuesto, un entrenador. Este espacio deportivo cuenta con una persona de seguridad en la puerta, que te recuerda, una vez más, que estás en un campamento de personas refugiadas.Un dibujo en contra del matrimonio infantil luce en las paredes del Centro de Paz del campamento de personas refugiadas de Azraq, el 26 de enero de 2025.Joanna Zreineh (World Vision)Durante mi visita escuché que también los adultos querían poder usar el campo de fútbol en los momentos en los que no hubiera niños o niñas. La realidad es que allí no hay mucho más que hacer y quizás es precisamente ese el mayor desafío al que se enfrentan: la falta de oportunidades laborales o de crecimiento personal.Hablando de forma sencilla, en el campamento hay poco que hacer, no hay trabajo, salir fuera para ir a alguna ocupación es algo muy puntual que requiere de muchos permisos previos y pocos lo pueden conseguir. Los escasos trabajos a los que se puede acceder dentro , casi siempre gestionados por las ONG, como tareas de limpieza o profesorado en los centros escolares, se reparten entre los habitantes.Para volver a sus hogares primero hay que reconstruir el país. Una vez estén seguros de que tienen un techo en el que vivir, hay que pagar las tasas de regreso, mudar todas sus pertenencias, asegurar que los niños y niñas puedan ir a la escuela¿Qué hacen 40.000 personas sin acceso a trabajo, ni a estudios superiores durante más de 10 años? Sin duda encontramos ahí el germen de una espiral de violencia y vulneración de derechos, en la que no podemos dejar de trabajar como organizaciones. Con la caída del régimen baazaista en Siria la vida de miles de familias está en suspenso, mientras esperan a que la situación en el país mejore, para poder entonces decidirse a volver.Planteé esta cuestión muchas veces a las personas refugiadas durante mi visita y la respuesta siempre fue la misma: para volver a sus hogares primero hay que reconstruir el país. Una vez estén seguros de que tienen un techo en el que vivir, hay que pagar las tasas de regreso, mudar todas sus pertenencias, asegurar que los niños y niñas puedan ir a la escuela, confirmar que hay un sistema médico que puede atenderles si lo necesitan o restaurar infraestructuras como las canalizaciones de agua. Mientras esperan a que todo esto suceda permanecerán en el campamento de refugiados como lo han hecho durante más de 10 años. Eloisa Molina es directora de Comunicación de World Vision. 

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