El asturiano Fran Gayo ha fallecido en Buenos Aires este jueves, donde residía, a los 55 años, víctima de un cáncer. Fuerza de la bonhomía, motor de expansión de entusiasmo, el legado de Gayo es intangible, y lo han recibido miles y miles de personas que hayan visto a lo largo de tres décadas alguna sesión de cine programada por él en festivales, centros culturales y exposiciones, o que le hayan leído o hayan escuchado alguna canción de Mus. Hasta el final le han acompañado su esposa, la estupenda cineasta argentina Milagros Mumenthaler (Abrir puertas y ventanas, que ganó en Locarno en 2011, y La idea de un lago) y su hijo Olmo.Gayo nació en Gijón en 1970. Licenciado en Literatura Española, entre 1997 y 2009 fue responsable de programación en el Festival Internacional de Cine de Gijón/FicXixón, durante la etapa de dirección de José Luis Cienfuegos, años en los que el certamen gijonés provocó un terremoto en el panorama cinematográfico europeo al conseguir albergar lo mejor del cine independiente mundial, gracias al olfato de su equipo directivo, y a la suma de conciertos y eventos a su programación. De una manera rimbombante, en los medios de comunicación lo vendimos como el Sundance europeo, y probablemente fuera cierto, cuando Sundance todavía iluminaba la senda de un cine arriesgado, con autoría inteligente y brillante.Acabada su primera etapa asturiana, en 2010 se trasladó a Buenos Aires para integrarse en el equipo del Bafici (Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires) hasta 2017. Allí programó también el Bafici Animado (entre 2012 y 2014), el Festival de Animación Expotoons (entre 2010 y 2012) o la muestra de cine español ESPANORAMAS durante cinco ediciones. A su vez, formó parte, desde 2011, del equipo de adquisición de contenidos de la plataforma de video on demand QUBIT.TV. Desde 2012, y hasta su muerte, fue el responsable de contenidos de cine en el Centro Niemeyer, en Avilés. En 2019, formó parte del equipo de programación del NIFFF (Festival Internacional de Cine Fantástico de Neuchâtel, Suiza) y, a partir de 2021, del GIFF (Festival Internacional de Cine de Ginebra) como asesor para América Latina y España. Además, comisarió muestras para la Oficina Cultural de la Embajada de España en Buenos Aires, la Filmoteca de Valencia (IVAC), el Festival Transcinema (Perú), el Centro Cultural de España en Buenos Aires o el Museo Nacional de Bellas Artes de la Argentina. Durante dos años, en 2016 y 2017, en una aventura en la que ni siquiera su permanente entusiasmo pudo con todas las piedras que se interpusieron en su camino, se responsabilizó de la dirección artística del Festival de Cine Internacional de Ourense (OUFF).Vuelta a GijónEn 2020 y hasta el año pasado, volvió a trabajar en el festival de Gijón, ahora dirigido por Alejandro Díaz Castaño, hasta que en 2024, mermadas sus fuerzas, moderó varios encuentros y ruedas de prensa pero dejó la labor de programación a Tito Rodríguez. En su primera edición sacó adelante un certamen en pandemia que fue un lujo para los cinéfilos españoles. “El oficio de programar”, escribió, “de diseñar una propuesta de contenidos para ser mostrada a un público más o menos especializado implica una serie de compromisos y una permanente reformulación de criterios. También implica un ejercicio esforzado que, en años recientes, se ha extremado aún más”, por lo complicado de la gestión cultural en estos últimos lustros, algo que él hacía con rigurosidad, curiosidad y pasión.Fran Gayo y Mónica Vacas, integrantes de Mus.En los noventa, formó parte de otro enorme movimiento cultural del norte de España, el Xixon Sound, al conformar junto a Mónica Vacas el dúo Mus, que apostó por melodías intimistas y letras en bable, al contrario que sus compañeros de generación, que lo hacían predominantemente en inglés. Así que si en el cine apoyaba al indie, en la música estaba en el interior creativo del indie español de finales de siglo. Como Mus, tras dos EP como Zuma (1997) y Pigaz (1998), llegó su primer álbum, Fai, todo siempre basado en una producción casera, la voz de Vacas, los teclados de Gayo y una navegación entre la electrónica y un folk de ascendencia anglosajona. Tanto en EE UU como en Asia aparecieron publicadas varias recopilaciones con su obra, mientras en España se editaban sus otros discos: el EP Alma (2000), con el que Mus se asentó en un folk melancólico, y los álbumes Divina luz (2004) y La vida (2007), en un viaje artístico en el que fue llenando de luz su música, sin abandonar el asturiano en sus letras. Tras acabar la aventura de Mus, aún seguiría pensando en melodías: en 2009 publicó el álbum Las próximas cosechas. Y en el recorrido de su parte artística, aún falta la literaria: tras dos poemarios con buen eco crítico, se lanzó a escribir una novela, La navidad de los lobos (2022), un libro que quería ser una historia de terror y acabó fundido con una descripción de tres generaciones de asturianos, un retrato del racismo en su región natal y de la vida a través de un alter ego desdichado del autor. “Cuando quise darme cuenta, mi abuela, su fantasma, ya estaba metida en el libro. Y en ese momento, empezó a transformarse en otra cosa”, contaba a este diario en su publicación. La novela se basaba en la realidad, durísima, de los vaqueiros de alzada, que se ganaban la vida con el ganado, con el que subían en verano a las montañas de interior y en invierno bajaban a las brañas cercanas a la costa. “Siempre me ha obsesionado imaginar la vida de mi familia antes de que yo apareciese. Y eso incluye la odisea de esa gente que se acaba adaptando a las ciudades de los años sesenta y setenta… sin que se diluya el clasismo. Yo creo que ahí me nace la identidad de clase. No solo por la convicción que mamas en casa, sino por lo que ves de diferencias económicas brutales […]. Ahora, en Argentina lo vuelvo a ver: del círculo que me rodea ninguno su padre fue obrero. Eso te sitúa en un lugar aparte, y nunca se puede olvidar”. Era, a su vez, una lucha contra el olvido de lo vivido: “Con mis mudanzas al centro de las ciudades, con mi traslado a Buenos Aires, me he ido despersonalizando. Cuando vuelvo a Xijón, y me acerco a mis calles de la infancia, ya no queda nada. Por eso tenía que escribir, y plasmar que aquello fue importante y que no fue bonito. No me creo los ejercicios de nostalgia dulcificada”.Queda algo por decir de Fran: nunca fue cínico, siempre navegó movido por el entusiasmo, que contagiaba y pegaba a su interlocutor. Lo apasionado de su acercamiento a la cultura nacía, eso sí, desde una gran intuición y rigurosidad, entendiendo que al final había un espectador. Y por ello, a su lado, se aprendía de cine y de vida. De la suya en 2022 reflexionó: “La música fue lo primero. Lo de programador de cine es un oficio. Y yo podía haberme quedado trabajando en el proyecto Hombre, donde daba clase. De esos cambios viene, por ejemplo, que conservo pocas fotos. Ahora he recuperado algunas para mi hijo. Para mí nada ha sido traumático. Las etapas se acaban. Mudarme a Buenos Aires, que posee una energía potente muy especial, fue la mejor decisión. Me hizo padre y me hizo escribir de cosas que en España no me hubiera atrevido”.

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