Es como un espectro infernal que nos abruma el cuerpo y nos aplana la mente. Su tórrida omnipresencia dota a la realidad de un velo hipnótico, casi irreal. Incluso en su versión más seca, tiene algo de vaporoso. Parece que el ambiente se espesara y nos moviéramos por él a duras penas (toda una paradoja sensorial, ya que el aire frío es más denso que el caliente). Cuando las temperaturas frisan o incluso superan los 40º, la vida se suspende y todo lo demás queda en segundo plano. Los telediarios arrancan con mapas teñidos de rojo y las conversaciones se llenan de adjetivos dramáticos: insoportable, horrible, inhumano. Se expresa por doquier el anhelo de que esto acabe cuanto antes.Más informaciónMás allá del rechazo casi unívoco al calor extremo, del fastidio más o menos tolerable que nos provoca, parece que además conlleva serios efectos negativos para la salud mental. Un metaanálisis de 2023 publicado en The Lancet halló “incrementos significativos en el riesgo de suicidio y las hospitalizaciones psiquiátricas en períodos con temperaturas anormalmente altas”, resume por videollamada su autora principal, Emma Lawrance, jefa de un grupo de trabajo que estudia los vínculos entre clima y salud mental en el Imperial College de Londres.“Se trata de un campo de investigación emergente”, aclara Lawrance, “aunque las evidencias apuntan a un claro declive” en el estado de ánimo general, con consecuencias más graves en algunas personas especialmente vulnerables. Las canículas “exacerban trastornos ya existentes y, en general, empeoran los estados emocionales, aunque no tengas ningún diagnóstico”, suscribe Kim Meidenbauer, profesora en la Universidad del Estado de Washington y experta en psicología ambiental.Este 2025 han aparecido dos nuevos estudios que apuntalan la causalidad entre olas de calor y dolor psico emocional. El primero, publicado en Nature Climate Change, atribuye al calor extremo cerca del 2% de la responsabilidad sobre la incidencia de la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o la esquizofrenia en Australia (sus autores contemplan varios factores a los que atribuyen un porcentaje de “carga” en la aparición de trastornos mentales). El segundo concluye que los adolescentes chinos más expuestos a olas de calor tienen un 13% más de probabilidades de sufrir depresión y un 12% más de padecer ansiedad patológica.Varias razones podrían explicar esta relación. Andrea Mechelli, del King´s College de Londres, dio a conocer el pasado marzo en The Journal of Climate Change and Health los resultados de una revisión sobre los mecanismos que ayudan a entender la asociación entre termómetros disparados y peor salud mental. Mechelli, que cifra “en un 8% bastante estable, detectado en distintos países, el aumento en las visitas a urgencias por razones psiquiátricas durante las olas de calor”, separa en su estudio motivos fisiológicos, conductuales y sociales.A nivel corporal, cuenta el investigador italiano, el calor muy elevado “provoca cambios hormonales y tensión cardiovascular”. El conocido como estrés térmico, continúa Mechelli, también se manifiesta en “problemas de concentración”. Aunque los datos no son aún concluyentes, añade Meidenbauer, “resulta plausible pensar que el calor extremo afecta negativamente algunas funciones cognitivas necesarias para la regulación emocional”. Por último, en una especie de pescadilla que se muerde la cola, “ciertos antidepresivos y antipsicóticos reducen la capacidad del cuerpo para gestionar el calor”, apunta Lawrance. Es decir, medicamentos para atenuar los síntomas de la depresión o la esquizofrenia haciendo al individuo más propenso a lo pernicioso de las temperaturas superlativas en su vertiente psiquiátrica.Injusticia climáticaLas olas de calor, prosigue Mechelli, “hacen que la gente duerma menos y realice menos deporte”. “Rutinas que nos hacen sentir bien”, explica Lawrance, “se ven impedidas” en los días en que el ambiente abrasa. Con frecuencia también se reducen nuestras interacciones sociales. A través de la red global de investigación Conectando Mentes Climáticas, Lawrance ha constatado “que muchas personas en regiones como Oriente Medio apenas salen de casa” cuando el exterior sofoca sin piedad, “lo que incrementa el aislamiento y la sensación de soledad”. Una costumbre en absoluto desconocida en otros países cálidos como España.Permanecer en interior —con o sin climatización, en casa u otros cobijos antifuego— hasta que se pone el sol, comenta Meidenbauer, podría neutralizar en parte los beneficios para la salud mental de la mayor cantidad de luz natural durante el verano. Si en invierno hay quien padece depresiones estacionales por los cortos días y las largas noches, las fases más tórridas del verano podrían echar al traste gran parte del efecto luminoso sobre el buen ánimo. Precisamente por nuestra urgencia para escapar de un sol que cae a plomo.Los recursos para huir de —o al menos mitigar— el calor infernal van por barrios. En los más ricos, abundan el césped y los árboles, el aire acondicionado y las piscinas son norma, el espacio entre edificios se ensancha y siempre existe la opción de un viaje hacia lugares más frescos. Pero cuando el dinero escasea, la gente suele vivir en “zonas superpobladas, sin apenas zonas verdes y donde casi no corre el aire”, describe Lawrance para alertar que allí se sufre mucho más el efecto isla de calor urbano, el recalentamiento extra que provoca la propia ciudad. Sus habitantes han de tirar de remedios tradicionales: cerrar las persianas a cal y canto, beber mucha agua o ponerse paños fríos en la cabeza.Vulnerabilidad socioeconómica (con sus muchos frentes de preocupación aparejados), menor acceso a buenos servicios de salud mental y mayor exposición al azote psicológico de la canícula. La tormenta perfecta para que las aguas de lo soportable se desborden. El ejemplo extremo, menciona Meidenbauer, son las personas sin hogar, “entre las que ya se da una prevalencia mucho mayor de trastornos mentales”. Para la gente que vive en la calle, no hay casas en penumbra hasta que llegue la hora de salir a la fresca. O el respiro de una cafetería debidamente aclimatada. Solo existen las sombras, los parques y el clamor de que ese aire tan fogoso deje de atormentarlos aún más.

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