A veces las primas organizan turnos de madrugada para conectarse a Instagram. O pasan la noche en vela para, a la mañana siguiente, contar a las demás qué ha sucedido en el perfil de Instagram de Triana Marrash, influencer que lleva al límite sus noches por Barcelona y cuyo carácter descarado y habilidad para los insultos la meten en todo tipo de líos. Las primas (así se llaman entre ellas) son las (casi en su mayoría) mujeres que forman parte del foro Cotilleando.com, y siguen a decenas de figuras cuyo modo de vida censuran y critican en sus posts, pero a las que no pueden dejar de mirar. A un par de clics, en Forocoches, los shures tampoco duermen demasiado. Muchos están atentos a las retransmisiones de Silvia y Simón, aquellos analistas inmobiliarios que, tras un desafortunado video viral (el de las hipotecas a tipo fijo) se convirtieron en streamers. Ahora estos economistas retransmiten sus noches de juego en casinos online por Twitch e idean retos para que sus seguidores les donen dinero a cambio de colocarse en situaciones humillantes.La palabra unheimlich (“lo siniestro”) es una de las más conocidas del alemán, gracias a que pensadores como Schelling y Freud la convirtieron en etiqueta para toda una categoría estética y psicológica. Lo unheimlich engloba aquello que, según la definición del primero, “estando destinado a permanecer en secreto o en lo oculto, ha salido a la luz”. Internet está lleno de contenidos así, pero el idioma alemán tiene una palabra todavía más precisa para eso que sienten los usuarios de Cotilleando o Forocoches cuando observan los videos de sus antihéroes favoritos: schadenfreude, que algunos traducen por “alegría malsana” y que alude a la obtención de placer a partir de la desgracia ajena.Más informaciónHace algunos años, las redes se llenaron de individuos que reunieron grandes audiencias mediante la exhibición de su vida cotidiana. Son los y las influencers y streamers, y se ha escrito mucho sobre ellos, sobre sus contratos millonarios con marcas, su orientación política o sobre la naturaleza de su talento. Pero, en paralelo, a la vez que muchos personajes (de Dulceida a las Pombo) se hacían famosos desplegando vidas aseadas y envidiables, otros empezaban a lograr una fama equivalente exhibiendo comportamientos y existencias fuera de la norma, inmorales o autodestructivos.Existe todo un universo de divas trash y youtubers extremos, una especie de reverso tenebroso o parodia del resto de ídolos de Internet, al que el público acude en busca de algo parecido a lo que ofrecieron programas como Esta noche cruzamos el Missisipi o Crónicas Marcianas. Son figuras freaks, marginadas o dislocadas, que muchas veces reciben los insultos de sus propios seguidores y que se exponen a situaciones extremas que amenazan su propia integridad. Pero también son disidentes que permiten asomarse a mundos habitualmente herméticos y que continuamente se ilusionan con proyectos, negocios y relaciones que casi siempre salen mal. Aunque habrá quien goce con su sufrimiento, si son tan adictivos y su fenómeno no se agota es porque con sus fracasos muestran experiencias mucho más universales que las de los influencers privilegiados.La fama a cualquier precio“Aquí lo más importante es ser famoso, incluso sin ganar dinero: esa droga de que la gente te pregunte, te siga, de ver crecer tus números…”, comenta a ICON Junior Healy, que en su canal de Youtube analiza las publicaciones de estos influencers trash. “Cuando empiezan dicen que lo suyo es un diario, que quieren contar su día a día, dar su punto de vista, conocer gente afín… Pero lo que está por encima de todo es la fama, porque, además, hablamos de perfiles que no generan dinero en Instagram ni reciben nada de las marcas”. Esta forma de lanzarse voluntariamente y en solitario a las redes supone una diferencia fundamental respecto a la circulación de sus antecesores más directos, los frikis televisivos; tal y como explica el profesor de la UCM y antropólogo Carlos Peláez: “El cambio está en alguien que decide presentarse así. Ya no es alguien elegido y buscado desde una jerarquización (Javier Cárdenas ridiculizaba a las personas que entrevistaba), ahora son ellos mismos quienes necesitan exponerse. Se está dando una individualización y esa necesidad de mostrar la degradación forma parte del llamado emprendimiento de sí: alguien consigue acceder a la fama o los recursos, precisamente a través de aquello que le excluye. Es una contradicción aparente porque lo marginal les permite a estas figuras acceder a dinero, reconocimiento social, visibilidad…”. ¿Cómo ganan dinero estos disidentes que no sirven para promocionar ninguna marca? Con donaciones de sus propios seguidores a cambio de retos humilantes, con bolos en alguna discoteca o la monetización de sus visualizaciones en YouTube y las batallas de TikTok. Casi ninguno vive exclusivamente de ello.Una de las preguntas que se hacen los espectadores de estas figuras es: ¿son conscientes del efecto que provocan? “Muchos son conscientes de que es su propia desgracia lo que alimenta a sus seguidores y juegan con eso”, responde Healy. “Saben que se están burlando de ellos, pero ellos también creen que ellos se burlan de los espectadores y están ganando la batalla. Para mí cuando eso se hace muy evidente pierde la magia porque deja de ser genuino”, continúa. En este sentido, muchos de estos creadores están expuestos a la arriesgada paradoja de que, cuanto peor les va en las peripecias personales que muestran, mejor funcionan sus números y más los premia el algoritmo. “Llevan mucho tiempo haciendo directos y ven que cuando la cosa se va poniendo más negra los números crecen, saben que lo que gusta es el desfase y que hagan locuras”, sigue Healy. “Triana Marrash lidia mucho con eso, porque, aunque se lo pase bien, es consciente de que lo que da números es tóxico para ella. Los seguidores aumentan, pero no tienen ningún escrúpulo y animan: bebe más, vete con ese… Al final, todos nos sentimos un poco obligados por el público. Yo también noto que gano seguidores cuando trato temas más polémicos. Y te dejas arrastrar”.Estos streamers han desarrollado una enorme conciencia narrativa (con frecuencia usan recursos como el cliffhanger: la retransmisión se interrumpe en el momento de mayor tensión) y buscan enganchar a la mayor cantidad de público posible. Peláez señala que estas figuras pueden transgredir muchas normas sociales, pero no las lógicas de las industrias comunicativas: “En sus intentos de ruptura con la normatividad, de reubicarse en otro lugar a través de la embriaguez o del desprecio de los modales, encuentran un segmento de audiencia y un hueco en el mundo de la comunicación. Porque, en el fondo, lo que no rompen son las normas de las industrias comunicativas, sino que favorecen lo que buscan: la audiencia. Se trata, simplemente, de una segmentación, como cuando alguien se pone una camiseta del Che para reproducir el sistema capitalista y al final esa disrupción es una contradicción en sí misma. Pues la fascinación por lo grotesco también es un nicho y una oportunidad de negocio”, explica el profesor.Ironía o cinismoMuchos usuarios de Internet están convencidos de que consumen los contenidos que llenan sus pantallas de manera irónica. Quienes dedican su atención a animaciones creadas por inteligencias artificiales, a las cuentas en redes de personajes como la Maeb (que se presenta como “el personaje más despreciable de TikTok”) o Ruth (cacereña con síndrome de Russell-Silver, que afecta a su estatura y desarrollo) piensan que miran desde muy lejos. “El problema es que la distancia irónica acaba convirtiéndose en distancia cínica con el tiempo, y el cinismo es nuestra ideología dominante”, explica Ismael Crespo, filósofo y autor de Experiencia irónica y civilización. “Los mensajes de cualquier tipo acaban siendo asimilados precisamente a causa de aquello que pretendía alejarlos del yo psíquico: la distancia irónica. Se da, por lo tanto, un curioso fenómeno que contrasta con la vieja formación política que llevaba al activismo. En el presente, la radicalización es, mayormente, involuntaria”.Respecto a la fascinación por lo grotesco, el filósofo recuerda que los griegos ya reflexionaron en profundidad sobre por qué había algún tipo de goce en los espectadores de tragedias. “La cuestión es por qué los espectadores modernos, pudiendo interactuar con el creador de contenido trágico, contribuyen a la tragedia. En el fondo los espectadores odian aquello que ven, lo desprecian. El espectador se define en su oposición al contenido que odia, y precisamente por esto, acaba reconociéndolo. Así que, siguiendo las dinámicas propias de los amos y los esclavos, ahora el odiador y el odiado se necesitan: el primero por motivos psicológicos, el segundo porque ve en tanta necesidad de superioridad moral un mercado”, concluye Crespo.Silvia Muelas, periodista en la Cadena SER y experta en vida online, cree que el fenómeno va más allá del odio y que, de alguna manera, los espectadores terminan reconociéndose en sus antihéroes: “Cuando vemos algo que rompe con ese arquetipo fantástico que domina en Internet, véase una Andrea Colás –española que hacía partícipe a sus seguidores de sus excesos culinarios e intentos de dieta– o Amberlynn Reid –de temática parecida, pero estadounidense– primero nos llama la atención, luego puedes consumirlo de forma irónica y después se puede generar un punto de empatía”.“Creo que si el true crime encabeza la lista de podcasts más escuchados es porque el ser humano tiene la supervivencia anclada al inconsciente. Y el consumo de contenido grotesco hasta el punto del cringe o la ironía también es una forma de supervivencia”, continúa la periodista. “Creamos estos marcos o estas cajitas con características negativas a evitar. Pero, en el fondo, sigue existiendo una empatía que hace que el consumo pueda dejar de ser irónico. Al final, todos damos vergüenza a veces y todos tenemos comportamientos que sobrepasan la línea. La diferencia es que la mayoría no somos personajes públicos cuya supervivencia en el plano material depende de esa exposición y juicio ajenos”, zanja Muelas.Healey también piensa que, tras la sorpresa, el desprecio y la condena, termina apareciendo la empatía. “Si eres un poco tierno calas más en la gente y tu camino será más largo. Aunque seas un circo, si tienes momentos de vulnerabilidad, conectarás con el público. Si todo el rato eres odioso, narcisista o traicionero solo construirás una comunidad basada en el odio. Pero si tienes expectativas e inocencia, conectas”.Lección política del disparateBuena parte de los influencer trash graban en la calle y participan en situaciones violentas (o las generan ellos mismos). Hace tiempo que sus seguidores más bienintencionados dieron por superado el debate sobre si intervenir o no y, en muchas ocasiones, han sido ellos quienes desde sus casas han avisado a la policía en momentos particularmente peligrosos. “Personas como Triana o Serres que hacen IRL (in real life) se exponen mucho. Una vez la gente llamó a la policía porque pensaban que Serres se iba a suicidar en su bañera. Los seguidores suelen saber hasta sus direcciones, porque estos personajes, sin darse cuenta, se doxean [revelan datos privados]. La policía le tocó el timbre y él abrió en directo. Los espectadores no solo insultan, también los hay que siempre están al tanto para llamar al 112 si es necesario”, apunta Healy.¿Y todo este riesgo que tantas veces se convierte en sufrimiento, sirve para algo más que para hacer girar la rueda de las grandes plataformas y ver crecer el número de seguidores? El propio Healy cree que sí, y que detrás de algunos de estos comportamientos aparentemente erráticos hay una lógica política: “Hay un acto político en mucho de lo que hacen. Es algo disidente y muy libre. Son personas que hacen lo que quieren, que no siguen ningún dogma, ningún estereotipo. Y esa manera de exponerse a situaciones a las que casi nadie se expondría puede ser revelador: el espectador ve que esos universos no son para tanto o piensa que le gustaría hacer lo mismo”. Por su parte, Peláez reconoce que algunos de estos contenidos ponen en juego varios de los elementos característicos de la cultura contemporánea: “Desarrollan una narrativa disruptiva en la que se van introduciendo casi interseccionalmente distintas formas de presión, de lucha o de estigmatización social como pueden ser la violencia sexual, las lógicas de lo popular y las culturas de lo que se llamaba el lumpen-proletariado y ahora llamamos zonas en riesgo de exclusión. Todo eso rompe con la alta cultura y con los modales, y por eso resulta fascinante”.

“Su propia desgracia alimenta a sus seguidores”: el auge de los ‘influencers’ autodestructivos que buscan fama a cualquier precio | ICON
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