A José Alejandro Hofmann le dijeron que no viviría más de veinte años, que nunca caminaría, que jamás podría vestirse solo o hablar con fluidez. Nació en un parto gemelar complicado, con el cordón umbilical enredado.Su vida, sin embargo, ha sido la mejor prueba de que las sentencias pueden revertirse. La infancia de José Alejandro fue dura, marcada por la soledad, la exclusión y una larga lista de “no se puede”. Aprendió a caminar a los 14 años, a manejar cubiertos y vestirse ya en la adolescencia. La lectura fue su refugio y, poco a poco, se abrió camino en un mundo que no siempre estuvo dispuesto a abrirle las puertas.Hoy, contra todo pronóstico, es juez de la República a los 35 años. Desde su despacho, defiende con vehemencia la independencia judicial y no teme decir lo que piensa, aun cuando sus palabras incomoden a muchos. Escuche esta entrevista en formato pódcast:
Recientemente, a propósito del caso de Miguel Uribe, tuvo que adelantar la audiencia de legalización de captura e imputación de alias Costeño, uno de los implicados en esta trama criminal. Sus palabras molestaron al director de la Unidad Nacional de Protección y su crítica a la polarización, promovida desde el Ejecutivo, le costó varios insultos. En esta conversación, repasa los episodios más difíciles y las victorias más significativas de su vida. Un expediente donde el esfuerzo, la paciencia y la convicción han sido sus mejores pruebas.Mi querido juez Hofmann, ¿cómo transcurrió ese momento de nacimiento y de tu infancia en medio de estas dificultades?Tuve una infancia gris. No es una metáfora ligera: la recuerdo con el color de los días nublados, de la soledad y de las limitaciones físicas. Nací paralizado de todo el cuerpo.En las fotos de mi niñez aparezco siempre en brazos de mi madre, que es una mujer digna y ejemplar. Ella fue mi primera defensora y la persona que decidió que mi historia no terminaría como lo habían dicho los médicos. Cuando tenía pocos meses, me llevó a Estados Unidos. Estuve un año en rehabilitación. Aprendí a mover pequeñas partes de mi cuerpo, a fortalecer músculos que no había trabajado nunca.¿Qué pasó cuando decidieron volver a Colombia después de ese tratamiento?Al regresar a Colombia, mi madre se empeñó en que entrara a un colegio, aunque en esa época muchos me rechazaban por mi condición. Terminé el bachillerato, pero luego ella enfermó y quedé postrado de nuevo, sin ir a la escuela. Fue una época muy difícil: pasaba los días en casa, entre libros prestados y silencio. Un profesor universitario me vio un día en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Tenía en las manos un ejemplar sobre liberalismo en la historia. Él se acercó, me habló y, al poco tiempo, comenzó a darme clases de historia, filosofía y economía una vez por semana. Ese gesto fue decisivo: me devolvió las ganas de aprender.¿Qué fue lo que pasó exactamente en el parto que te dejó así?Fue un parto complicado. El cordón umbilical se me enredó y eso provocó la parálisis. Desde muy pequeño los médicos dijeron que, además de la discapacidad física, posiblemente tendría retardo mental. Pronosticaron que nunca me levantaría de una cama y que mi vida no pasaría de los veinte años. Crecer con esos juicios médicas es una carga pesada, pero también fue un reto que me propuse desmontar día a día.José Alejandro Hoffman. Foto:Particular.¿Cuándo comenzaste a hablar?Tardé mucho. Empecé con ejercicios de radio y locución: lápices entre los dientes, repeticiones para soltar la lengua y la faringe. No fue solo aprender a hablar, fue aprender a articular para que otros pudieran entenderme. Manejar cubiertos, lo logré a los 14 años. Vestirme solo, a los 16. Caminar, también a los 14, después de un año intenso de rehabilitación. Cada avance fue una victoria personal.Resolviste estudiar derecho, pero me dices que el profesor que tuviste te mostraba más un camino hacia la Historia, ¿por qué Derecho?En mi casa no se negociaban las decisiones. Mis padres me dijeron que, si quería estudiar, debía ser Derecho. Y así fue. Sin embargo, esa imposición terminó siendo una oportunidad: descubrí que el Derecho podía ser una herramienta para servir y transformar. Desde siempre me han apasionado la historia, la filosofía, la literatura… creo que un abogado que solo estudia Derecho se queda corto para entender el mundo. El Derecho es una construcción humana y, para comprenderlo, hay que entender también a las personas.¿Cómo fueron tus días en la universidad?No fueron fáciles. Tenía que desplazarme hasta las aulas, convivir con compañeros que tenían facilidades motoras que yo no, y eso marcaba una diferencia visible. No sé si más hábiles o más inteligentes, pero sí más adaptados. Mis días seguían siendo grises: de niño me decían que el cielo era azul y yo no lo veía así. Me costó entender que no era un problema de color, sino de cómo yo veía la vida en ese momento.Aprendí a mover pequeñas partes de mi cuerpo, a fortalecer músculos que no había trabajado nuncaJosé Alejandro HofmannJuez¡Pero lo lograste! No solo te graduaste de abogado, sino que terminaste siendo un juez de la República. Te costó también, me imagino…No tuve una relación cercana con mi padre. Al graduarme, alguien me dijo: “lo máximo a lo que usted va a llegar es a ser citador”. Empecé de cero. Recuerdo que, como Jorge Barón en sus inicios, yo también sufrí por no tener trajes ni corbatas para trabajar. Los remendaba, los cuidaba al máximo, pero siempre iba digno. Poco a poco, con esfuerzo, fui avanzando.¿Cuál ha sido la barrera más difícil de superar?El corazón de las personas. Cuando ven una diferencia física, algunos ponen distancia. Recuerdo que, siendo técnico, nadie me asignaba trabajo hasta que una abogada decidió confiar en mí. Me dio tareas, me integró al equipo, y gracias a eso pasé de técnico a abogado. Esa confianza cambió mi trayectoria.¿Y la dificultad más grande como juez?Lograr que los ciudadanos entiendan la importancia de la autonomía judicial. Un juez no se debe al voto popular, sino al conocimiento y a la ley. Necesitamos una justicia técnica, especializada y respetada. En países donde los jueces se eligen por voto, terminan actuando como políticos, no como jueces.Recientemente, a propósito del caso de Miguel Uribe, quien lamentablemente terminó asesinado, dijiste cosas en el marco del proceso que, para muchos, hicieron que se te fuera la mano… Nunca me pronuncié sobre la responsabilidad del Estado. Lo que hice fue dejar constancia dentro del marco legal. Algunos audios se filtraron, en contra de lo que ordenó el estrado, y eso generó confusión. Quiero ser claro: jamás declaré la responsabilidad del Estado colombiano en ese caso. Ahora, lo que sí veo es un ambiente en el que se estigmatiza a las instituciones que ejercen contrapeso al poder. Ha habido ataques a la Corte Constitucional, al Registrador, a periodistas. Incluso la Conferencia Episcopal ha pedido bajar el tono de la polarización. Ese clima es peligroso para la democracia.¿Sientes que está en riesgo la democracia en Colombia?La historia muestra que los regímenes autoritarios comienzan cambiando la Constitución con el argumento de representar al pueblo. La democracia no es solo la voluntad de las mayorías: también es el respeto a las minorías. Los cambios deben ser producto de un consenso social, no de la imposición de un gobierno.¿Hasta dónde quieres llegar?No aspiro a títulos ni a cargos concretos. Sueño con ser digno de que, en mi funeral, suene Honrar la vida, de Mercedes Sosa, y que en mi epitafio se lea: “Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas para volar?” y “De la firmeza nace la esperanza”.Veías todo gris en tu infancia y juventud, ¿pero hoy hay algo que te haga verdaderamente feliz?Todo. El amanecer, el cielo, una sonrisa, una comida. Valoro cada cosa porque nada me ha sido fácil. Como decía Freud: “He sido un privilegiado: nada en la vida me ha sido fácil”.¿Qué mensaje les darías a las personas con discapacidad?Que se refugien en una biblioteca. Allí encontrarán mundos nuevos para comprender y transformar el propio. La vida siempre da oportunidades, como dice Natalia Ponce de León: “Mientras haya vida, hay esperanza”.Y desde el punto de vista práctico, ¿cómo ha sido tu experiencia en Paloquemao, para moverte para hacer lo que otros jueces sin dificultades físicas pueden hacer?Me ofrecieron soluciones personales para evitar escaleras, pero me negué. No se trataba de resolver solo mi problema, sino el de todos. Con diálogo logramos que el edificio iniciara adecuaciones para garantizar accesibilidad a cualquier ciudadano que busque justicia.Debo preguntarte, dada la terrible coyuntura que estamos viviendo, ¿qué significa para esta generación, para tu generación, el asesinato de Miguel Uribe?La muerte de Miguel Uribe Turbay es una herida abierta que nos marca, pero también nos compromete e inspira como generación con unos valores, tal como ha sucedido con los 3 anteriores magnicidios: nuestros padres con Galán en 1989; abuelos, con Gaitán en 1948; y bisabuelos con Uribe Uribe en 1914. Miguel Uribe Turbay murió físicamente, pero dejó un legado y un testimonio que perdurarán en los corazones de sus contemporáneos.¿Podremos confiar los colombianos en la justicia para saber qué pasó ahí y que, en efecto, los responsables de este crimen paguen?En la justicia siempre hay que confiar. Es presupuesto de una sociedad civilizada. No obstante, esclarecer los autores intelectuales en las organizaciones criminales que ejecutaron el atentado e, igualmente, el conjunto de posibles complicidades y omisiones por parte de las autoridades estatales que permitieron su actuar, determinar las causas del clima de odio que se vivía en ese momento, probablemente tardará varios años. Todo eso se tendrá que determinar, más aún cuando ciertas autoridades, indican, de manera insólita, que ser asesinado es un riesgo inherente a la actividad política.JOSÉ MANUEL ACEVEDO para ELTIEMPO

Un juez contra todo pronóstico
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