El apagón histórico vivido en España y Portugal puede ser un punto de inflexión si se aprovecha la oportunidad no solo para determinar las causas, sino para identificar y corregir los fallos estructurales del sistema eléctrico, más allá de los puramente técnicos. Para empezar, la experiencia de pasar horas sin los servicios que proporciona la energía eléctrica debe servir para reflexionar sobre el derecho a vivir con electricidad, que le es sustraído a más de 700 millones de personas en todo el mundo, desde la Cañada Real hasta Gaza o Ucrania, donde el corte deliberado del suministro eléctrico se utiliza como un arma de guerra y genocidio.Aún no se conoce la causa inicial del apagón, así que no tiene sentido aventurarse en especulaciones. Lo que sí sabemos, hasta ahora, nos indica al menos tres tipos de fallos: el que da origen a las perturbaciones iniciales que acaban desestabilizando la red (y que aún se desconoce), el fallo de los sistemas de compensación en la red que tendrían que haber reaccionado de inmediato y el fallo del sistema de aislamiento de la zona cero para que el apagón no se extendiera a todo el sistema, tal y como acabó haciendo. Pero a los fallos técnicos se suma uno más social, que tiene que ver con la desinformación y la manipulación de los hechos para servir a intereses que nada tienen que ver con asegurar el suministro de electricidad. El caso más esperpéntico es el intento de vender la energía nuclear como salvavidas frente a apagones, cuando los hechos han demostrado —como ya se sabía— que estas centrales no sirven para prevenir un apagón ni para restablecer el servicio, y suponen un riesgo añadido por su inflexibilidad y lentitud para adaptarse a las adversidades y, sobre todo, por su vulnerabilidad ante emergencias (el enfriamiento del núcleo depende del suministro eléctrico externo a la central). Dos semanas después del apagón, apenas han conseguido arrancar cinco de los siete GW nucleares del sistema eléctrico español. Lo mejor que podrían hacer los partidarios de una tecnología tan peligrosa y costosa es esconder la cabeza y dejar que pase el temporal, no pretender traspasar sus costes al resto de la sociedad, como quiere el lobby eléctrico.No ha sido este el primer apagón masivo en el mundo, ni siquiera en países del norte global. En casos anteriores (Texas 2021, California 2020, Reino Unido 2019, Australia Meridional 2016) ha llevado mucho tiempo, incluso años, esclarecer las causas, pero también desde el primer momento aparecieron insinuaciones o acusaciones abiertas a las renovables como que “hemos ido demasiado lejos” en la transición o que estas energías “son inseguras”, tratando, cómo no, de forzar una marcha atrás en la transición. Exactamente igual que está pasando ahora en España. A falta de saber lo que causó el problema en la Península, sí sabemos que en todos esos otros casos no fueron las renovables sino otros motivos los que provocaron esos grandes apagones: fallos en los sistemas de transporte de la electricidad o de suministro de combustible, fallos de la generación fósil o una red que funcionaba siguiendo normas obsoletas o una regulación inadecuada.Esto es porque la fiabilidad es un atributo del sistema eléctrico que depende más de cómo se gestiona que del tipo de fuentes energéticas presentes. Una red con una importante generación renovable puede ser tan fiable como cualquier otra si se diseña y gestiona de forma responsable y eficaz utilizando herramientas bien conocidas y ampliamente disponibles y si la normativa que lo regula es la adecuada.¿Pero qué decisiones se tomaron tras los grandes apagones en otros países? Independientemente del color político del Gobierno, tanto en Australia Meridional como en el superconservador Texas o en California decidieron acelerar la implantación de renovables, acompañándolas de fuertes inversiones en almacenamiento y refuerzo de la red. Nada de parar la transición. Consiguieron aumentar la resiliencia de su red eléctrica y reducir el precio de la luz. Sí, bajar el precio de la luz, no solo las emisiones del sector eléctrico. Algo difícil si mantenemos el gas y la nuclear en nuestro sistema.Cuando ocurrió el apagón en Australia Meridional, este estado tenía una penetración de renovables similar a España: hoy genera más del 70% de su electricidad con este tipo de energías y baterías y se está preparando para ser 100% renovable en tan solo tres años. Es el primer sistema eléctrico del mundo en el que la energía solar instalada en tejados puede llegar a superar la demanda de electricidad de todo el estado, en determinados momentos, con una apuesta decidida por la contribución de la ciudadanía desde sus casas.Así que, además de sistemas de contención en caso de fallos en la red eléctrica, seguimos necesitando cortafuegos sociales frente a los intereses de unas pocas empresas y políticos que no quieren que la transición energética se lleve a cabo si no es a su medida y si no siguen manteniendo en ella su posición dominante, más fácil de mantener con tecnologías como la nuclear o las grandes centrales de combustibles fósiles y privatizando los beneficios y socializando los costes (por ejemplo, de los residuos nucleares o de los desastres climáticos).A la espera de que se esclarezcan las causas “técnicas” del apagón, deberíamos abordar el debate de qué sistema eléctrico es el mejor para las personas y el planeta, no solo para los bolsillos de las grandes empresas. Usarlo como impulso para blindar nuestro sistema eléctrico, para que sea seguro, flexible, asequible y democrático para acompañarnos con agilidad en la transición a un sistema eficiente, 100% renovable y justo, capaz de sostener una vida digna para todo el mundo, manteniéndonos dentro de los límites planetarios. Cómo organizamos el sistema energético, para quién y para qué es la clave.Si queremos un sistema eléctrico seguro, hay que desplegar el plan de almacenamiento al mismo ritmo que se expande la capacidad renovable; hay que derribar las barreras al autoconsumo colectivo y a las comunidades energéticas para que todo el mundo pueda contribuir a reducir la carga sobre las líneas de alta tensión, generando cerca de donde se consume y para quien lo necesita; hay que desplegar renovables “despachables” y exigir a cada tecnología la capacidad de respuesta que puede dar.Hay que reforzar con inteligencia la red y las interconexiones; hay que permitir la participación, en pie de igualdad, de la gestión de la demanda (doméstica, industrial y de servicios). Y hay que hacerlo con el mínimo coste: pagando a cada cual por el valor del servicio que presta, regulando los pagos por capacidad con muchos de los elementos que está planteando el Gobierno y evitando que esas ayudas, ni ninguna otra, vayan a alargar la vida a las contaminantes centrales de gas o las peligrosas nucleares. Y si los intereses privados de las grandes compañías eléctricas presionan en dirección contraria, puede que haya llegado el momento de legislar el fin del oligopolio.Es hora de plantearnos para qué queremos generar electricidad y para quiénes. Aprendamos de este apagón la lección de poner a las personas y al planeta en el centro de las decisiones.José Luis García y Sara Pizzinato forman parte del área de Energía de la organización ecologista Greenpeace.

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